martes, noviembre 02, 2010

De Republica a la Avenida Paulista


Me he encontrado a las tres y media a la salida del metro República con Julio, un tipo al que no conocía más que de hablar dos días con él por internet. Me propuso ir al cine “a conocernos mejor” Dijo que la sesión de las tres y media estaba bien porque “no había mucha gente y se podía hablar” Julio se presentó con el pelo grasiento, con la raya a un lado. Caminaba demasiado erguido y no movía mucho la cabeza, prefería mover los ojos. He sentido un poco de repugnancia hacia él. En el cine me rozaba la pierna con la suya y nuestros brazos se tocaban en el reposabrazos. Al salir me he despedido de él con el pretexto de ir a buscar un libro a la Avenida Paulista. En realidad era cierto, tenía que pasar por Cultura Española a que me dieran el material para las nuevas clases. Un policía con la bragueta abierta (calzoncillos blancos) me ha indicado la parada de autobus. Dentro del autobus, una pareja que estaba sentada me ha avisado de la parada en la que tenía que bajarme. Eran muy simpáticos porque eran felices. Si todos fueramos así de felices seríamos muy amables los unos con los otros, olvidaríamos quizás nuestras diferencias y el odio se borraría de la Tierra. ¿La atracción que sentían el uno hacia el otro nació de un deseo físico o el amor activó el deseo? ¿Qué va antes el amor o el deseo, la gallina o el huevo?
A las horas punta resulta imposible ver Sao Paulo. Esta ciudad es un hormiguero y las horas punta son la ramita que se introduce en ellos para hacer salir a la multitud que se dirigen a toda prisa a puntos concretos.

Es posible que deba algún día sentarme en la Plaza República sin más. Sentarme y esperar. Creo que si lo hiciera podría ocurrir algo agradable e inesperado. Pero si no es así puede ser todo lo contrario. El constante pasar de frutos de deseo puede cargarme de frustración y tristeza, puede aumentar mi diálogo interior y lo que quiero es estar lo más callado posible sin oír siquiera mi opinión sobre las cosas. Este diario no dice mucho a favor de eso. Quién sabe si estoy cambiando y no sólo continuaré este diario sino que tomaré la decisión de sentarme en la Plaza República a ver las cosas y las personas pasar de largo sin importar las consecuencias.

He recorrido casi toda la Avenida Alameda Santos y se ha hecho de noche. Podría haber sido en esos momentos otra ciudad. Algunos bares tenían pequeñas terrazas donde se reunían algunos amigos. La vida es otra dependiendo con quién estás. Lo que era seguro era que mi percepción de ese momento no era la misma que la que tenían ellos sentados en la terraza. Me sucedió eso cuando conocí a Teo una noche en el Zum Schweik. Disfruté del cambio de percepción y colorido de todo. Esa noche al salir del bar tomamos unas salchichas en una terraza de la Schäefferegasse con sus amigos. El cambio fue tan poderoso que hasta añadió elementos irreales como un mar que pude ver a nuestra izquierda y una brisa que tampoco existía. Cuando en la siguiente cita me dejó plantado lo que me entristeció no fue tanto la pérdida de Teo ni el plantón, sino el presenciar cómo todos esos colores nuevos se iban apagando con el retraso. Después de una hora me sacó de la tristeza una procesión de personas con antorchas que se manifestaban o honraban a los muertos por el Sida. Me uní a ellos un rato, por el placer de caminar con alguien y sabiendo que nadie me dirigiría la palabra (manifestaban el dolor a través del silencio) Después me desvié y regresé a casa, en la Eckenheimer Landstrasse. Me crucé con un tipo que se giró a mirarme. Después sólo recuerdo quedarme dormido.

He rechazado las clases de español que me ofreció Cultura Española por estar a dos horas de la ciudad. No puedo permitirme rechazar muchas clases pero tengo la esperanza de que me saldrán otras más cercanas y con horarios mejores.
Creo que a Montserrat no le ha gustado mucho que las rechazara. Ella me contó el día de la entrevista sus viajes en barco desde España a Brasil. Desde entonces siempre la veo subida en un trasatlántico, diciendo adiós a los que nos quedamos en el muelle. Los que se iban siempre me han parecido más felices que los que se quedan. Quizás por eso después siempre me he estado yendo de todas partes, no llegando nunca a un sitio perfecto porque la perfección está en el movimiento, en las despedidas.

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