miércoles, noviembre 03, 2010

Mujer desmayada, David colérico y Mitiringa


Una mujer se ha desmayado en la calle Santo Amaro. Un corrillo de gente ha empezado a rodearla preguntándole cosas (¡Qué hubiera dado por escucharlas!). Es la misma escena que escribí en Las Malditas donde Sonia la pobre se encuentra de bruces después de haberse tirado por el balcón. En mi versión de “mujer sobre la acera” hay una variante: uno de los del corrillo le tira de una pierna para comprobar que está muerta, lo cual a otro del corrillo le parece algo cruel. Ese hombre pensó que al tirarle de la pierna estaba poniendo en duda la llegada de La Muerte, a la que había personificado y para su manera de entender el drama hubiera sido como si una noche, ante la repentina aparición del diablo, alguien se acercara incrédulo a tocar sus cuernos para verificar que no son un disfraz. El corrillo que hacen alrededor del moribundo no es más que una misa o la adoración a la Fatalidad. Cualquier gesto que no corresponda al ritual de adoración será un sacrilegio condenado por el corrillo de fieles. ¿Por qué sentimos todos lo mismo ante las mismas situaciones? ¿Por qué necesitamos del enemigo (la Fatalidad) para dejar la actuación de lo que pensamos que somos y tenemos? ¡Qué desnudos estamos ante nuestro destino!

Ayer de madrugada llegó David. A pleno pulmón me preguntó qué era lo que estaba haciendo yo en Brasil. Sospechaba de que le estaba ocultando algo y sintió mucha rabia, estaba furioso, sus ojos despedían flagrantes interrogantes. Yo le miraba desde la cama, sin conmoverme mucho porque ya le he visto así otras veces. La última vez que se puso así fue porque supuestamente le cambié de tema, entonces se puso en pie levantando un dedo, apuntándolo hacia mí amenazante y rígido como el de una estatua e hinchando todas las venas de su cuello me juró que jamás se olvidaría de que le cambié de conversación y que eso sería mi perdición. En esos momentos se disponía, no a pelear conmigo, sino a invadir una nación y detrás de él no había un viejo sillón, sino todo un ejército listo para la batalla que esperaba las órdenes de su dedo para iniciar.

La lucha interna que tiene es un espectáculo. Otras personas consiguen acallar sus demonios. El les da vida, representa para ellos las escenas que le proponen desde las sombras y es tan creíble su actuación como la de un director de orquesta poseído por una sinfonía de Rimski Korsakoff.

Es hora de salir de este país y regresar a Europa, donde parece que los ánimos no están demasiado bien. Tarde o temprano la crisis llegará aquí, es absurdo escapar de la ola. Debe de ser horrible vivir un estado de hambruna general en la ciudad de Sao Paulo. Puedo visualizar con más claridad el desastre aquí que en cualquier ciudad de Europa. Si ahora en época de esplendor te roban lo que pueden, imagino que durante una crisis nacional te robarán el alma.

Desde un cuarto la gente parece un poco más absurda. La señora ya no está tirada en la calle, ya no hay corrillo, todo ha terminado. Ahora ha pasado el portero que hace las sustituciones en el edificio de Marcio. Tiene retraso mental pero tiene buen corazón. Al principio le deseé con un amor sensual que mutó a uno superior, más espiritual. Estoy casi seguro que su mundo es mucho más feliz que el mío y que su misión en el mundo es exhibir su simplicidad y ayudarnos a simplificar nuestra vida.

Pasa el camión vendiendo Mitiringa por tres reales (oferta) Va anunciando a través de un megáfono: tres reales por un kilo de mitiringa, mitiringa tres reales, son tres reales. Mitiringa buena, mitiringa de calidad, mitiringa bonita, solo tres reales…No sé bien quién es el hombre que vende la mitiringa ni sé lo que es la mitiringa pero una cosa es segura: el hombre que vende mitiringa está atravesando el escenario. No es un personaje principal, no tiene la menor importancia en la obra a la que asisto, sólo atraviesa la escena “por apenas tres reais”. Después desaparecerá sin la mayor importancia pero nos habrá dejado el aire de una atmósfera peculiar, lo cual le concede, sino una parte primordial de la obra, por lo menos sí una participación que contribuye a que este día sea así, soleado e invernal. Y sobre todos mis problemas ahora se cierne su voz que nada sabe de David ni de sus posesiones.

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