miércoles, noviembre 03, 2010

O'Donnelley Financial


Larry se está haciendo pequeño por una dieta. Es por razones de salud o porque al pensarse que estaba engordando el mundo disminuía de tamaño. Entra en la cocina de Allyson Financial, donde trabajo eventualmente por las noches, compartiendo el tercer turno con Greg, el trompetista.

Vivió en París y allí tocaba la trompeta hasta que se mudó a Nueva York. Aquí la vida está muy cara, dice. Los artistas se están marchando a otros lugares porque no pueden sobrevivir en esta ciudad. Y con los artistas el arte. Yo estoy a punto de irme a Europa. Mi mujer es francesa y tiene planes de montar nuestra casa en Niza. Allí daré clases de inglés y de trompeta (trompeta los días alternos) No me irá tan mal. He grabado ya dos discos y he tocado con prestigiosos músicos. La semana que viene toco en el Bummer.

Larry interrumpió el monólogo de Greg buscando algo para comer. Así que Greg se marchó de la cocina para volver más tarde y continuar con su concierto. Generalmente siempre hay algo en la nevera. Uno nunca sabe: un pastel, varios tipos de queso, salmón, helados, una bandeja gigante de lasaña...

Yo no puedo comer lácteos, dice, y el pescado me saca granos. Un día me desperté con la cara hinchada porque la noche anterior estuve comiendo marisco en el Red Lobster.

- ¿Con lo mal que te tratan ahí estás seguro de que no te hincharon la cara a puñetazos?
- Tampoco como chocolate por lo de la dieta.
- Ya veo, estás disminuyendo.
- ¿Qué quieres decir?
- También hay té negro, va bien para el cáncer.
- Yo no tengo cáncer, creo que no comeré nada. No sé si he venido a verte a ti. ¿Hay café?

Temí que Larry hubiera entendido que yo hubiera insinuado que tenía algún cáncer. Pensé en ello unos instantes mientras Larry manejaba la cafetera. El también estaba pensando que yo había insinuado que tuviera cáncer. No supe cómo arreglarlo. Si lo hubiera intentado arreglar hubiera sido mucho peor. Así que no dije nada y seguí sin hacer nada. Por la noche en Allyson Financial había poco que hacer. Me paseaba por la cocina, pensaba en robar algo que me durara más de una semana (así que comida no podía ser, no soportaba la idea de ir en el metro con comida).

Entra Alison, una morena llena de curvas y la cara infestada de granos. Ella come casi de todo menos cerveza. Dice que no entiende cómo la gente bebe cosas amargas, como el whisky, la cerveza, el vino...El vino de California tiene un pase porque es afrutado. Alison se apoya en el mostrador, bebe un poco de su té y me mira esperando mi respuesta a lo de la amargura de ciertas bebidas. Beber cerveza en el trabajo está penalizado así que tengo que beberla a escondidas, como un ladrón. Al principio me metía en una sala y allí me la inyectaba. Luego encontré un escondrijo para la botella en la misma cocina.

Nelly es una buena chica. Y Nelly aprecia a todo el mundo. Ayer hicimos el mismo turno y a medianoche cogimos el mismo tren. Siempre lleva una bolsa porque se lleva sobras de comida. Nos colocamos en el primer vagón y el conductor al verla la saludó y me miró. Era una mirada interrogativa. Le estaba preguntando quién era yo y Nellie le saludó y le sonrió. Era una sonrisa respuesta. Le estaba diciendo que no era nadie que debiera preocuparle. El conductor me saludó aliviado. Enseguida me di cuenta de que el conductor se tiraba a Nelly en la cabina.

- Siempre me pongo en este vagón porque conozco al conductor, es un buen tipo.
- Sí, eso parece.
- El otro día me dejó entrar en su cabina.

Nellie es algo mantecosa y la cabina exigua. Vi muchas veces a Nelly quitarse la camisa del trabajo de espaldas, en el cuarto de la lavadora que era muy estrecha. Me fascinaba la rapidez que tenía en quitarse una cosa y ponerse otra. Así hizo en la cabina. El conductor tenía a Nelly encima, la bolsa de plástico con las sobras de comida en un rincón. Nellie jadea, el tren silba, los pasajeros duermen, leen o escuchan música. El mundo es como es.

Caty es la responsable de la Pantry. Lleva el pelo recogido pero cuando termina su turno se va al lavabo, se cambia y regresa con el pelo suelto. Los camareros se quitan la camisa y Caty se suelta el pelo. Es un modo de decir: ya estoy libre, me voy a casa (con un cierto aire de anuncio de champú en el que ella mientras corre por una pradera se suelta el pelo). Cuando bromea con algún trabajador (conmigo no bromea) le amenaza con despedirle. El trabajador le responde algo, como siguiendo la farsa y ella ríe. Y los dos siguen cortando zanahorias. La vida en la Pantry es la realidad. No hay nada tan real. De noche es diferente, hay menos luces y menos gente. Por eso hago este turno, de día me mareo con los carritos de aquí para allí. Me paseo por los pasillos imaginando que soy un duque con una pajarita, un duque disfrazado que no duerme. Durante la noche somos cómplices. Bueno, eso pienso, pero no es así. No lo somos. La prueba es que una noche bajé a fumarme un cigarrillo como siempre. Hacía frío y eso me hizo pensar que todo el mundo tendría frío. Al lado del edificio había una deli donde servían café toda la noche. Una patrulla de policía se paró frente a la puerta. Seguí cada uno de sus pasos. Primero salió un oficial y después el otro. Los dos eran negros y uno de ellos tenía una notable erección. Me fui acercando a la deli y los vi comprando café. Después, el de la erección se fue al lavabo. Se me ocurrió ir al lavabo pero no fui, fui más tarde. Me quedé en la puerta a esperar que salieran. Como yo llevaba una camisa blanca y una pajarita no parecía sospechoso pero se dio cuenta de que le miré la entrepierna. Con qué orgullo llevó su pene desde la salida del deli hasta el coche patrulla. El oficial no fue mi cómplice aunque era de noche, eso es lo que quería decir. Después entré yo en el lavabo, a oler. No olía a nada pero el simple hecho de que el oficial hubiera estado ahí me excitaba. Salí del lavabo y me fui al trabajo de nuevo. Allí me encerré en una de las salas de juntas y estuve a solas conmigo mismo. Ya amanecía, sólo me quedaban unas tres horas. Lo notaba en los ojos y en los ruidos de la calle. El vendedor ambulante de baggels montaba su parada frente al Banco de Nueva York a eso de las cinco. Yo le miraba desde el ventanal de la pantry. Pensaba en él y pensaba lo que él pensaría montando su parada ambulante. Descargaba los baggels de la parte trasera de una furgoneta. A su izquierda tenía el edificio número siete, dorado y protector. A las seis montaba la parada de baggels el segundo, el de la otra esquina pero ese era más difícil de ver porque estaba justo debajo de la ventana. El primer día bajé a verle y alguien me preguntó por qué había estado tanto rato en la calle y es que estuve siguiendo a alguien hasta que le vi una imperfección o hasta que se dio cuenta y puso cara violenta.

También pensé que Larry sería mi cómplice. Entraba demasiado a menudo a la pantry a buscar café o lo que fuera. Cada día venía con más frecuencia y para no tomar siempre café pedía otra cosa. Me preguntaba si había sobrado algo de los clientes para comer y yo abría la nevera y le decía las cosas que había (si sabía su nombre en inglés y si no no se lo decía) A Larry no le parecía bien ninguna comida. Una engordaba, otra le provocaba granos y otra no sé qué. Luego cerraba la nevera, decía que me parecía a alguien que no había descubierto quién y me decía hasta luego. Yo calculaba una hora en la que me paseaba por las salas de conferencias hablando solo y luego regresaba a la pantry. Un buen día trasladaron el servicio de café al restaurante de los trabajadores y Larry ya no venía apenas. Cuando volví a verle había adelgazado muchísimo. Me dijo que cuando salía de trabajar se iba dos horas al gimnasio y luego se metía en la cama hasta la hora de trabajar. Los fines de semana se los pasaba tirado en el sofá mirando la televisión. El lunes volvía a su rutina de adelgazamiento y a su trabajo. Hubiera sido una pesadilla liarse con Larry. Me veía en una casa oscura donde Larry no estaba y cuando estaba seguía oscura porque dormía y cuando no dormía, sólo la tenue luz de una televisión parpadeaba en la penumbra. Larry iría en chándal y no sería lo sensual que me parece cuando me visita a la pantry. O cuando me visitaba. Ya no viene pero, claro, ha adelgazado y no me interesa tanto.

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