lunes, noviembre 29, 2010

Terrorismo

La señora de la cara redonda y el señor de la cara alargada, procedentes de la habitación 308, salieron del ascensor destino a la recepción. En un principio, justo al pisar el suelo del hall parecían tranquilos pero más de cerca podía verse que eran pura contención. Seguramente habrían bajado los tres pisos en silencio. Se estaban calentando, como el deportista que, antes de empezar a ejecutar movimientos gimnásticos, se queda unos segundos quieto.
Los señores de la 308 eran dos cajas de Pandora que, con resolución militar, se abrirían aquí, delante de nosotros, los recepcionistas de la noche. El empieza:
- Tenemos un problema.
Y hace una pausa. Detrás del denso silencio que ha dejado su frase puede oírse una melodía del hilo musical que siempre va bien para limar asperezas.
La señora asiente nerviosa y en su gesto sacude con la cabeza su rabia. Más que sacudir la bate, removiendo en su interior una química explosiva. Prosigue él:
- Nos han robado el pasaporte y todos los documentos. Los teníamos en una carpeta. El robo ha tenido lugar entre las nueve y las doce. Hay sospechosos. Dos. Y sabemos que el robo se perpetró a las nueve. Entre las nueve y las doce.
- Sí -intervino ella decidida a dar rienda suelta a sus emociones contenidas- y queremos dar un parte.
Pausa digestiva.
- ¿Un parte?...-dije-¿Cómo se hará eso? -pensé-
- Un parte, sí. Eran documentos personales, intransferibles...Eran cosas personales. Allí estaba el carnet de mi Ministerio y mi pasaporte...¡Mi madre muerta!
- ¿Perdón? -no había entendido eso último y habría jurado que se había saltado alguna frase-
- Son cosas que sólo yo puedo valorar, que me dió mi madre antes de morir. ¿A quién pueden importarle esos documentos?
- La verdad es que no creo que le importasen...-dije- si no era su madre...¿Están seguros de que...?
Los dos asintieron a la vez, como si, de repente, emitieran por la misma frecuencia de ondas.
A ella le empezaba a temblar la barbilla al recordar sus cosas, sus cosas perdidas, el momento en que la madre se las dio, la manera en que murió su madre, sus palabras, el primer día que la acompañó al colegio, las Navidades...Eso se lo habían llevado y lo que querían era:
- ¡Queremos formalizar una demanda! ¡Queremos que llame a la dirección! ¡A quien sea!
- El director ahora duerme, son las dos de la mañana. Pero a quien sea...
- ¡No importa, que despierte!
El marido la toma del brazo y sin dejar de mirarnos la tranquiliza.
- Mire -dice él en tono de confidencia- no sé si puede ser importante pero hemos visto a dos personas: un señor con una señora...
- ¿Cómo que no sabes si puede ser importante? ¡Son terriblemente sospechosos, Fabio!
- Por favor, Giulia, déjame terminar...Ella...Ella iba en silla de ruedas y él la acompañaba, caminaba a su lado pero no empujaba la silla, caminaban uno al lado del otro...
- Hasta ahora parecen sólo un poco sospechosos pero...-interrumpo para suavizar-
- ¿Un poco? -grita ella- ¿Un poco? ¿Es que no está atendiendo? Ella en silla de ruedas y él a su lado, ¡como compinches, no como pareja! No les unía el afecto sino una meta: mis documentos.
- Ya sé de quienes me hablan. Son los de la 310. Ella no sólo va en silla de ruedas sino que además no tiene piernas.
- Bueno, ¿y qué? Pues sin piernas, ya ves tú...mientras tenga manos...
- No queremos decir que hayan sido ellos, cuidado, es lo que vimos. Si a partir de estas sospechas ustedes pueden...-dijo él al que la violencia de la mujer y la armonía del matrimonio había apaciguado-
- ¡Pueden no! ¿Qué es eso de pueden, Fabio? ¡Se debe llevar a cabo una una investigación ahora mismo! Que tomen huellas, no sé, para algo tienen que servir estos recepcionistas nocturnos...¡Con lo contenta que estaba yo y, de repente, pum, esto! -y partiendo de esta última exclamación bien hubiera terminado en la injusticia de las Madres de Mayo-
- Tranquilízate, Giulia.
Ella hace ver que se tranquiliza. De hecho le ha pasado otras veces. Da rienda suelta a sus nervios cuando está con él y surge una ocasión porque él sabe apaciguárselos.
- Señora, tranquilícese que nosotros no se lo hemos robado -le digo- Vamos a ver, ¿Están seguros de que esos documentos no pueden estar en cualquier otra parte?
- ¡Claro que sí! ¡En cualquier otra parte están! ¡Por eso queremos formalizar una denuncia, así que ya puede llamar al gerente o a quien sea!
- Un segundo, un segundo -continúo- Descartemos a los de la 310. Una señora sin piernas no va detrás de otras identidades. La silla la delataria.
Estaba ya a punto de decirle que el director estaba de viaje y que volvería poco después de que nosotros termináramos nuestro turno para sacarme ese muerto de encima.
Al final, quedamos en que por la mañana informaríamos a los del otro turno para que llamaran al director, le hicieran venir y ya está.
- Está bien -dijo él ya más tranquilo- Mañana sin falta.
Y tomó a la señora Giulia del brazo porque ella por sí sola no se iba. Sí parecía de acuerdo mentalmente, incluso en volver a su habitación, pero sus sentimientos y su cuerpo no se movían por lo qu ese requería un pequeño remolque. El señor Fabio trató de remolcar a la señora Giulia por el brazo hasta el ascensor, atrayéndola hacia sí como uno de esos carritos de supermercado que se ha quedado enganchado a los demás. Pero ella quería quedarse allí y llorar, hacernos comprender la injusticia del robo y, sobre todo, insistir en la llamada del director o a quien fuera ahora mismo, a pesar de que supiera ya que no lo íbamos a hacer. Ella se veía en la urgencia de imponérnoslo.
La señora Giulia, exhausta por el peso de su inmensa pena, no se veía capaz de sobrellevarlo sola. Su intención de llamar al director no era tanto para que le solventara su problema como el de compartir su pena. O mejor, el de cargar su pena en otro. Era demasiado peso. Su madre muerta, sus recuerdos...¿Cómo iba a dejar la recepción así? Es más, de no poder hablar con el director lo hubiera hecho con Dios.
Por fin, el marido logró arrastrarla hacia el ascensor, como el que lleva al revés la gigante virgen en una procesión.
Desde el ascensor ella nos suplicó:
- Sobre todo, si ven a alguien, algún sospechoso, háganoslo saber..
- Sí, señora, en cuanto veamos algo la llamamos.
- Vamos, entra mujer -suplicaba el marido desde el interior del ascensor-
- ¡Eran cosas personales!...¡Mi madre!...¡El Miniserio!
Una vez más, al oírse a sí misma invocar a su madre, le dió fuerza para salir del ascensor e ilustrar con sus brazos muelles y agitados la muerte, la familia, su desgracia y el descontento.
- Por favor, Giulia, entra.
La toma del brazo y, por fin, ella cede.

Señor de la cara alargada y señora de la cara redonda dentro del ascensor.
- Por favor, si ven algo...-dice ella-
Las puertas se van cerrando. Las puertas van enmarcando su cara...
- ¿Y qué es lo que van a ver? -le pregunta él, ya con la voz en off- ¿A quién?
- Pero bueno, ¿tú estás a favor de...?
Cloc.
Las puertas se cierran. Se sumen las voces. Giulia estalla en un llanto lejano. 
El indicador del ascensor marca el uno.
Silencio.
Todo se vuelve a sumir de nuevo en el silencio.
Dos.
Tres.

4 Comentarios:

Blogger Antony Sampayo dijo...

La señora Giulia, por favor consiganle los documentos recuerdos de su madre. Para mi que la vieja de sillas de ruedas es la culpable porque en esta historia no hay mayordomo, je je je.

Abrazos.

12:32 a. m.  
Blogger Romek Dubczek dijo...

jejej, gracias, Antony

2:49 a. m.  
Anonymous Estrella dijo...

Que bueno eres Romek, me gustan mucho tus relatos, eres un genio.
Eres un monstruo.
Abrazo y Besos

9:57 p. m.  
Blogger Romek Dubczek dijo...

Gracias, Estrella, un besote para ti :)

10:57 p. m.  

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