El corrillo sexual

Estaba en el interior de un autobus, de pie, mirando por la ventanilla. Cada día, el autobus solía pasar por una pequeña plaza donde había mujeres negras, muy viejas, haciendo felaciones gratis.

Ese día, cuando pasamos por la plaza, vi desfilar por la ventanilla varias viejas deprimentes, algunas desdentadas, que ostentaban una sonrisa placentera, rayana en la maldad, mientras procedían a la liturgia de la succión.

Las mujeres estaban sentadas una al lado de otra, en polletes de piedra, y los hombres de pie ,enfrente de cada mujer. Los hombres eran mayores y las imágenes pasaban por la ventanilla como secuencias de una película. 

La última secuencia que vi era la de un hermoso negro que había entregado su sexo a una desdentada y estaba vibrando de placer. La marcha del autobus empezó a ofrecerme otro paisaje, árboles, coches...

Me vi obligado, impulsado por el deseo de ver todo de cerca (incluso de poder llegar a tocarlo u oler el orgasmo de él en mi oído) a bajarme del autobus que me dejó a un par de calles o tres de la escena. Crucé a toda prisa los semáforos, apartaba a la gente para que no obstaculizaran mi marcha y cuando ya divisaba la pequeña plaza, el hombre estaba llegando al orgasmo y por más que corrí, lo único que llegué a ver de cerca fue al hombre exhalando un suspiro y dejando la plaza mientras se subía la cremallera.

El hombre negro ayudándose de un brinco de talones se subió la cremallera. De fondo,  una fuente romana apagada.

Pero entonces entré en una especie de lugar gigante donde cinco negros cogidos de la mano daban vueltas desnudos y con el pene erecto. Reían y se lo pasaban en grande al tiempo que daban vueltas y vueltas. Se miraban unos a otros con complacencia hasta que empezaron a eyacular. Los penes eran gruesos y grandes. Uno de ellos expulsó el semen de una manera espectacular y no tenía fin. Los demás exclamaban y le animaban. Luego se corrió otro y quise participar pero ellos daban vueltas y vueltas y su diversión no coincidía para nada cocn la tortura a la que me estaban sometiendo con su belleza giratoria.

Cuando terminaron, regresaron a sus lugares iniciales, con otras personas desnudas. Allí me di cuenta de que no sólo estaban ellos, sino que el lugar estaba lleno de gente y todo apuntaba a que seguirían entrando hasta la saciedad. Entrarían más y más y se prepararían para el juego del dar vueltas desnudos.

Yo iba de grupo en grupo. Ellos, la gente, charlaba amistosamente. Estaban despreocupados y parecían gente muy sana. Cuando empezó el juego pude integrarme esta vez pero no sabía al lado de quién colocarme porque me gustaban dos. Conseguí ponerme en medio, de manera que tenía a uno a la derecha y otro a la izquierda. Luego vi a otro que estaba lejos y decidí cambiarme pero no le encontré y les perdí a los tres. El inicio del juego se estaba convirtiendo en otra pesadilla en la que yo buscaba por lo menos a uno de ellos. Le había visto entrar con un juguete de una marca concreta en las manos, así que decidí buscar el juguete en las estanterías de metal donde la gente había aparcado sus cosas. Tenía que encontrar el juguete antes de que se iniciara el juego e impidiera que me integrase. Al final encontré el juguete, identifiqué al tipo, lo encontré en el corrillo y, no sé cómo, logré que los míos estuvieran juntos y me rodearan. Ya estaba dentro del círculo y podía imaginarme como dentro de poco estarían todos desnudos, dando vueltas en un círculo gigantesco para luego llegar al orgasmo. Pero caí en la cuenta de que haciendo el corrillo con las manos ocupadas no podría ni tocarme yo, así que eso me martirizó hasta el punto que me desperté.