lunes, noviembre 14, 2011

Las celulas lejanas de Anton


Cuando dije que mi cama era el único espacio en el que podríamos estar en posición horizontal mentía. Mentí por el bien del párrafo y por el de la estética musical. En cuanto decidió mudarse a mi apartamento se encontró con la horizontalidad de la cama en otro cuarto. Por mi salud le dije que debía dormir en su cama.
Hace mucho tiempo decidí que cuando una persona decía “sí” era “sí” y cuando decía “no” era “no”. No existen, pues, las negaciones detrás del sí ni las afirmaciones detrás de un no. Todo estaba claro, pues, con Anton. Se había enamorado de Angela, pensaba en ella y yo mientras le sacaba las células muertas de su espalda y el no era un no. No había sí detrás del no. De este modo empezamos una convivencia muy agradable. Había tanta naturalidad en él cuando me pedía que le sacara las células difuntas como en mí cuando se las sacaba. A veces, incluso, hasta miraba hacia otro lado (yo), pretendiendo que en realidad no era su espalda, sino cualquier otra cosa.

No sabría decir con exactitud qué día empezamos a prescindir del peine. Creo que la noche en que el peine estaba lejos y él se levantó la camiseta con tanta prisa que no hubo tiempo a levantarse y buscarlo. Lo hice con las uñas. Y de las uñas pasé a las yemas de los dedos, ya que no me era posible evadirme mirando otra cosa. Cuando lo hacía el peine estaba bien. Pero era tan fácil pasar de las uñas a las yemas de los dedos. Tan fácil pasar de no sentir nada a acariciar la espalda de Anton…A él tampoco parecía importarle que lo hiciera con las uñas pero cuando me pasaba largo rato acariciandole la espalda con las yemas me decía en un tono condescendiente: “eh, sin pasarse” Entonces mis uñas tomaban el relevo. En realidad con uñas era aburrido.

Así fue pasando el tiempo. Yo llegaba de mis clases y él había preparado algo para cenar, le hacía una caricia y si la alargaba demasiado me decía: “eh, pero sin pasarse” Noté que con el paso del tiempo tardaba cada vez más en ponerme el freno de modo que al cabo de una semana ya nos saludábamos con un abrazo. Al cabo de dos semanas con un abrazo y un beso en la mejilla. A la tercera semana le besé el cuello, justo encima de la vena donde los franceses dicen ponerse el perfume, justo ahí donde parece latir todo, donde uno está caliente y vivo. Ese día dijo: “eh, pero sin pasarse”. Tardó un mes y medio en dejarme besarle sobre la vena del cuello. De vez en cuando, en un arrebato emocional le sorprendía por detrás, le abrazaba, le besaba en cuello y le achuchaba. Pero el día en que le toqué el pecho me dijo: “eh, pero sin pasarse”.

Por las mañanas entraba en su cuarto (aunque de ese cuarto no se podía entrar ni salir porque no tenía puerta), miraba mientras dormía y me marchaba. Desde arriba era la misma momia envuelta en la manta del primer día, la misma erección, la misma cara y me despertaba el mismo deseo. Pero no podía aprovecharme de que dormía, no sería justo. Hasta que un día apelé al cariño en lugar de al sexo y le di un beso en la mejilla como despedida. Por la noche le pregunté si le había molestado y me dijo que no, que hasta le gustaba. Entonces pasé a besarle todas las mañanas (respetando siempre la erección allí presente)

Vivimos durante tres meses como un matrimonio en vías de reconciliación. O como una pareja que no se decide a dar el último paso. Una mañana Anton pareció darlo: se levantó la manta. Antes de levantarla me preguntó: ¿Quieres verla? Yo acababa de salir de la ducha y tenía ya el abrigo puesto. Le dije: Sí. Anton abrió y cerró rápidamente la manta. En efecto, era su erección pero no pude asimilar bien las formas. Le dije que por qué lo había hecho tan rápido y él me prometió que antes de irse definitivamente a Ecuador me “daría una sorpresa”.

Pasó un mes más, los contratos se me iban cancelando y necesitaba alquilar la habitación sin puerta urgentemente. Anton parecía no irse nunca a Ecuador y, teniendo en cuenta de que no disponía de ingresos y que yo tenía que proveer de todo lo necesario para que mantuviese sus músculos y curvas, la estancia de Anton empezó a resultarme una carga que no podía sobrellevar. Le dije que tenía que empezar a pensar en mudarse o decidirse a hacer el viaje de regreso a su país.

Llegó el primer inquilino procedente de Berlín. El nuevo inquilino iba a sacarme de la crisis y quizás pudiera aguantar unos meses más pagando el alquiler.
Anton se marchó y no lo ví hasta meses más tarde.

Meses más tarde llegué yo de no importa donde (más que nada porque seguramente es otra historia que no conviene contar dentro de esta) y antes de entrar en casa me lo encuentro sentado en las escaleras del rellano. Se había peinado hacía atrás y su pelo brillaba. Parecía un gato mojado recién salido de una piscina olímpica. Su imagen era fresca y mucho más moderna de cuando vivía conmigo. Al verle se me despertaron muchas cosas que quise evitar. Quizás pensó que le besaría o que me acercaría más de lo que me hubiera acercado al cartero pero no lo hice. Me mantuve distante. Su frescura me refrescaba pero también me insultaba. Su nuevo peinado marcaba la distancia que había entre los dos. ¿Para qué abrazarle?

Me pidió entrar en el apartamento pero le dije que no podía porque se encontraba el nuevo inquilino. La despedida fue ahí mismo, en la penumbra del rellano. Nos dimos la mano y después su espalda bajó las escaleras. Mientras bajaba le miraba y traté de no sentir nada. Contuve la respiración hasta entrar en casa, donde el nuevo inquilino me recibió con una sonrisa y un plato de pasta que había gratinado en el horno.

Años después, Anton me dijo por carta que ese día que fue a verme, ese día que pidió entrar en el apartamento era el día en el que me iba a dar, por fin, la tan deseada sorpresa. Pero ya era tarde, había llegado ya a Ecuador.

12 Comentarios:

Blogger Verónica Calvo dijo...

Vaya!!!
Cuando las cosas no se dan a tiempo no hay manera, el tiempo las esquiva.
Queda la sensación de frustración, aunque bueno... tiempo al tiempo (una vez más)

Besos

6:38 p. m.  
Blogger Abela dijo...

¡Es ta difícil! los sentimientos y las personas van y vienen (casi siempre a destiempo) y como que no hablamos claro...pasa lo que pasa.
Me gustó el relato, algo triste, pero bueno. Bss

11:07 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Este Anton la llevó a la larga y perdió. Es como cuando se prolonga tanto el juego previo, que luego el deseo se evapora y sólo queda un sabor a nada. Odio los desencuentros. Son trágicos y teatrales, magníficos para actuar. Decididamente frustrantes en la vida real.
Qué bueno que publiques, Romek! Se extrañaba tu pluma talentosa y creativa. Besos miles, my king!
Tu amiga Beebie.-

4:55 a. m.  
Blogger Pimpf dijo...

Ay, hasta parece bonito, contado así, con todas las células muertas de la espalda, el amor no correspondido, jejeje

Me ha gustado mucho. Aunque me queda un poco de duda saber algo más sobre su antiguo compañero de piso del que no recuerdo en estos momentos el nombre, o de Angela.

Bicos ricos

10:16 a. m.  
Anonymous Zanobbi dijo...

Espero que algún día Antón vuelva y nos de a todos la sorpresa. Eh, pero sin pasarse... XX

11:42 a. m.  
Blogger Argax dijo...

Y yo pienso, puedo Aonton al menos conquistar a la chica antes de irse. Al menos así se iría engañando y engañado.

Un beso

11:51 a. m.  
Blogger Joe dijo...

Me suena a que esa sorpresa seria un pecado del que iba a arrepentirse toda su vida. Algo que nunca iba a tener... es mejor no tener ni las esperanzas.
beso enorme.

2:23 p. m.  
Blogger la MaLquEridA dijo...

Se tardó tanto en darle lo que el otro pedía que se tuvo que ir sin demora porque ya no había emoción.



Besos.

11:43 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

No sé si decir: "fue mejor así" o "que pena, me hubiera gustado la sorpresa de Antón".

De igual modo me ha encantado leer el relato.

biquiños,
Aldabra

9:38 a. m.  
Anonymous Cris dijo...

Vaya... Es lo que suele pasar a veces cuando las cosas se estiran demasiado...
(Me encanta que me rasquen la espalda)
(con las uñas)

4:53 p. m.  
Blogger Rosa dijo...

Pero ese tipo lo que quería era una esteticien, ¿no?

Besos

Un gustazo leerte!!!

8:24 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Imagino que quizás Anton también te dió un sutil beso mientras tu dormías, en la nave...

9:38 a. m.  

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